Desde el Cerro de los Mártires las vistas son un auténtico espectáculo. El caño Sancti Petri junto con el muelle de Gallineras y el laberinto de caños y esteros que se nos ofrece a la vista nos hacen presagiar que estamos en un lugar único. Así es. El prodigio se hace corpóreo y sólo por enamorar el alma de todo aquel que visite el lugar. Dependiendo de la hora del día el paisaje cambia, es por la luz. Por la mañana de un azul nítido, casi celestial. Parece que el cielo se mira en el mar. Cuánto deleite. Le deja como ofrenda y regalo su propio colorido e inmensidad. Pero es al atardecer cuando presenciamos la irrealidad hecha visión. El agua que conforma ese callejero de canales y suspiros adquiere el brillo del sol. Ante nuestros ojos se nos muestra una planicie iridiscente y cambiante. El dorado más hiriente se abraza al agua. Con ella cohabita en un lírico éxtasis que dura lo que el vuelo del sol sobre la tierra. La imaginación se eleva. Todo es posible allí, desde el embeleso hasta la exclamación.
El Cerro de los Mártires es un lugar cargado de historia. En su cumbre hay una pequeña ermita que alberga las estatuas de los copatronos de San Fernando y patronos de Cádiz y Mérida: San Servando y San Germán, mártires cristianos de principios del siglo IV, cuando ya el imperio era sólo la sombra de lo que fue. Dice una leyenda (así me lo contaron) que unos jilgueros se posaban sobre un rosal silvestre que había en la loma. Tan bello era su canto y tanta su insistencia que excavaron en la zona y aparecieron los restos de los santos. El resto de la historia es fácil de entender y seguir. En el lugar se celebra cada año una romería. Los santos son sacados en procesión entre el clamor de los isleños que acuden al lugar. Allí se reza, se baila, se come y bebe. Así son las romerías. Así se celebra el Día del Cerro. Una ocasión única para degustar castañas asadas, piñones, nueces… y todo ese mundo variado que constituyen los frutos secos. Hace años el 23 de octubre era fiesta local. El ayuntamiento obsequiaba entonces a todo el que se acercaba con una gigantesca paella. El redescubrimiento de la propia historia isleña fue el motivo para trasladar la romería al domingo más cercano. En su lugar se ha establecido la jornada festiva del 24 de septiembre, que representa el inicio de unas Cortes que acabarían cambiando la historia de España.
Cerca se encuentra la playa de Camposoto. Una de las pocas playas vírgenes de Andalucía. A un lado el mar, con una playa de arena finísima, y al otro el parque natural Bahía de Cádiz. Bordeando la costa se puede ir andando hasta la desembocadura del caño Sancti Petri. Enfrente está el castillo del mismo nombre. En él la historia sitúa el templo que los fenicios levantaron al dios Melkart. Allí se adoró después a Hércules. Pomponio Mela, historiador latino, sostenía que bajo el templo se encontraban los restos del propio Hércules. En Andalucía realizó uno de sus afamados trabajos. Cuenta la historia que en el islote en el que está situado, Aníbal y Julio César vislumbraron sus grandes victorias. Si caminamos por entre los esteros que cercan la playa nos encontraremos con la Batería de Urrutia, fortificación defensiva situada en la Punta del Boquerón, y que junto con el castillo de Sancti Petri y las Baterías de San Genís y Espiroz impidieron el ataque a San Fernando a través del caño. La Batería de Urrutia es un imponente fortín de piedra ostionera hoy poblado de maleza. Entre sus muros corre la imaginación. Cuántas historias deben estar cobijadas bajo el silencio de sus ruinas. Decisivas fueron todas estas construcciones durante la Guerra de la Independencia. Impidieron que los franceses asaltaran la antigua Real Isla de León. Esto permitió que en su Teatro Cómico se iniciaran las famosas Cortes de Cádiz.
Durante el verano la playa de Camposoto es un auténtico festín de risas y algarabía. Chicos y grandes juegan a ser felices mientras el sol y el agua se deslizan por sus pieles regalando un dorado moreno como prueba de su rendición. Con tan solo cruzar la carretera nos encontramos en el parque natural, poseedor de una flora y fauna únicas. Para admirar toda esta riqueza paisajística y natural lo mejor es adentrarse por el sendero Tres Amigos-Río Arillo. Allí podemos ver las más variadas aves: correlimos, gaviotas, flamencos y garcetas corretean y vuelan entre el penetrarte olor del yodo del mar y el verde de la sapina. En primavera hay una explosión de color, las mariposas revolotean entre el jolgorio de los gorriones. Entonces los senderos están perfilados por una llamarada de color, son las flores que alegran los sentidos con su olor y color. Imprescindible. Entre los senderos hay dos miradores desde los que poder observar la naturaleza en ebullición. El mejor momento es febrero, con el paso de las aves migratorias que vuelven de pasar el cálido invierno africano. Aquí se detienen en gran número. Qué gran fiesta de chapoteos y graznidos En este laberinto de esteros, ricos en sal y nutrientes, reposan mientras reponen fuerzas para llegar a su destino final en el interior de la península.
Conocí San Fernando en el año 1979, cuando vine a hacer el servicio militar. Poco recuerdo de aquel primer encuentro: los cierros que se asomaban a las calles y su imponente ayuntamiento. Mi llegada definitiva, en 1991, fue cosa del azar: soy profesor y aquel año salieron muchas plazas vacantes en la ciudad. Vine a probar, unos años en la costa y después de vuelta a Jaén. San Fernando nos sedujo. Aquí anidamos y aquí nos quedamos. Sólo una vez nos planteamos el regreso, pero cuando hicimos un balance de todo lo que habíamos encontrado en esta tierra y todo lo que nos esperaba nos dimos cuenta de que nuestra vida estaba aquí. Ya nunca nos movimos. Toda la familia nos consideramos unos cañaíllas más.
La entrada natural de San Fernando es el puente Zuazo, un lugar simbólico por la historia que se encierra entre sus arcos. Su origen se remonta a la época romana, formaba parte del acueducto que llevaba agua desde la zona de Jerez a Gades.
Justo antes de empezar la calle Real, arteria principal de la ciudad, nos encontramos con la Venta Vargas, famosa porque es uno de los grandes templos del flamenco gaditano. En ella cantaba cuando era niño el Camarón de la Isla, uno de los auténticos mitos que ha dado el flamenco. Al lado de la Venta hay una estatua en bronce del cantaor. Está sentado en una silla, a sus pies hay un niño, que lo mira con devoción. Contemplando el conjunto uno no puede dejar de imaginar las dos edades de José Monge Cruz: el niño que se ganaba la vida cantando en la Venta Vargas y el genio que llegó a ser. Allí empieza la calle Real, por ella fue subido a hombros su ataúd, una autentica manifestación de duelo, hasta llegar al ayuntamiento, donde se instaló la capilla ardiente. Yo acababa de venir a vivir a la Isla y poco sabía entonces de lo que significaba en el mundo del cante hondo este isleño universal. No cabía un alfiler en los alrededores de la Plaza Mayor. Llegaron gitanos de toda España. Impresionante el ambiente. Desde entonces su sepultura se ha convertido en un lugar de peregrinación. La ruta del Camarón, que transcurre por lugares emblemáticos de su existencia, es uno de los grandes atractivos de esta tierra. Para acabar la jornada se puede acudir a la Peña Camarón de la Isla, allí se puede degustar un vino de la tierra y escuchar a esas voces que constituyen el mundo del flamenco gaditano. La guitarra, el baile y la copla son algunos de los buenos parroquianos que por allí discurren. Cerca de la Venta Vargas está la plaza Font de Mora, en ella hay una emocionante escultura de 1928, es de Antonio Bey Olvera dedicado a “Los Hijos de San Fernando Gloriosamente muertos por la Patria”. Es el desconsuelo hecho piedra, el de una madre que no puede sujetar al hijo muerto. Conmueve el dolor contenido, el heroísmo como destino.
Tiene San Fernando monumentos únicos que le han dado merecida fama. Todos tienen algo que ver con los sucesos ocurridos en la ciudad en el año 1810. Cuando España fue una Isla. Hasta este lugar llegaron el 4 de febrero de ese año los restos del ejército español al mando del XIV duque de Alburquerque. Este hecho, casualidad más que planificación, acabaría cambiando la historia de esta tierra y de España entera, pues permitió que ni Cádiz ni San Fernando fueran nunca ocupadas por las tropas napoleónicas. Estos monumentos son: el ayuntamiento, auténtica joya arquitectónica del neoclásico español, que lleva varios años cerrado esperando unas obras de remodelación y acondicionamiento que no llegan. Desde sus estancias salieron en procesión cívica el 24 de septiembre de 1810 los diputados que conformaron las primeras Cortes liberales de la historia de España. Otro es la Iglesia Mayor. Allí se reunieron los diputados y después de escuchar una misa de Advocación al Espíritu Santo juraron luchar por la liberación de España del dominio francés y guardar fidelidad al Deseado. Destacan las torres de su fachada principal, coronadas por dos pináculos de azulejos azules. Rompen la monotonía del paisaje urbano desde cualquier lugar que se las admire. El siguiente monumento es el Real Teatro de las Cortes, antiguo Teatro Cómico de la ciudad. En la misma noche del 24 de septiembre los diputados aprobaron el decreto de soberanía nacional. La historia ya no fue la misma. No importa que después Fernando VII traicionara ese espíritu. La semilla de la libertad ya estaba sembrada y el proceso fue imparable. Por cuestiones de la Guerra de la Independencia las Cortes se trasladaron a Cádiz. Allí nació la Constitución de 1812. Pero la importancia de San Fernando en los hechos históricos que estoy narrando es incuestionable. Así debe ser reconocida esta ciudad, como cuna de la libertad, como puerta por la que España entró de lleno en la Edad Contemporánea. El siguiente monumento es el Colegio de la Compañía de María: inconmensurable su capilla del más desbordado y exuberante estilo barroco. Allí estuvo refugiada la regencia del país, que es tanto como decir el gobierno de la nación, durante parte del asedio francés. Se puede decir sin temor a equivocarnos que fue durante unos meses la capital de España. El Madrid ocupado, con José Bonaparte como rey, no puede servir como referencia. Acabamos con la iglesia del Carmen. Allí se volvieron a reunir los diputados en 1813, antes de dirigirse a Madrid a recibir a ese rey por el que tanto habían luchado. Nada de lo hecho durante estos casi tres años sirvió de nada. La gratitud y la altura de miras no eran características del rey. La cárcel y el exilio fue el destino para muchos de estos padres de la patria. La historia sí hizo justicia, así el rey Deseado pasó a llamarse el rey Felón. En la iglesia del Carmen aprobaron el cambiar el nombre de la ciudad, sustituyeron el de Real Isla de León por el de San Fernando, en honor del rey. El pueblo nunca tiene la culpa de sus malos gobernantes. Es la única ciudad de España cuyo nombre ha sido puesto por nuestras Cortes, que es tanto como decir por la inmensa mayoría del pueblo español. Fue por su heroísmo durante la contienda Ese el motivo por el que se ha conservado este nombre.
Es una delicia pasear por su casco histórico. Formado por calles de un trazado regular con forma de damero. Fueron sus casas lo que más me llamó la atención cuando llegué a la Isla. Sorprenden sus fachadas, las puertas quedan enmarcadas por la piedra ostionera, labrada en muchos casos con churriguerescas formas. Encima del dintel hay una cruz, lo que indica la religiosidad de este pueblo andaluz. También destacan sus cierros, que salen a la calle con la probable finalidad de ver sin que te vean. La casa típica es de una sola planta de techos altísimos. Tiene mucho de la disposición de una domus. En el centro de la vivienda hay un pozo, que recuerda el impluvium de los romanos. A este patio dan el resto de las habitaciones.
Como todos los lugares, también tiene este sus típicos rincones. A mí me gusta pasear por el cementerio, incrustado en el centro de la ciudad. No es necrofilia es la contemplación del halo de misterio y romanticismo que deja el paso del tiempo. A la entrada se nos muestra un mosaico de tumbas antiquísimas, algunas ya muy deterioradas, en las que es difícil ver el nombre de sus titulares. Sobre todas ellas destaca la tumba del Camarón. Siempre hay flores sobre ella..
Especialmente me gusta la plaza de las Vacas (su nombre real es Sánchez de la Campa, uno de los héroes de la Guerra de la Independencia). A ella dan las murallas del castillo de San Romualdo, antiguo ribat almohade que ha sido remodelado recientemente. Así ha pasado de ser almacén y tapial de un restaurante a uno de los monumentos emblemáticos de la ciudad. Pero la plaza de las Vacas me gusta por los bares que allí se encuentran, y donde se puede saborear a precios más que razonable la gastronomía de la zona. En el Bar León, se pueden comer las más deliciosas tortillitas de camarones del mundo. Su pescaíto frito es en general de lo mejor de la Bahía de Cádiz. Que nadie espere un lugar de postín, pero su ambiente de güichi es un añadido más. Enfrente se encuentra La Gallega, donde degustar la auténtica cocina gallega. Su pulpo es de antología, e igual sucede con sus papas a la gallega…
Uno de los lugares más controvertidos de la ciudad es la rotonda que lleva a Cádiz. Situada al final de las calles Real y Pery Junquera, el espacio fue concebido como un lugar de modernidad, una tarjeta de presentación de la ciudad. Diseñada por Óscar Tusquets, se llama oficialmente “Monumento de la Comunicación”, aunque el pueblo le puso el sobrenombre de “Fuente oxidá”. A pocos parece gustarle por los comentarios que es oyen. A solo unos metros está el “Parque del Oeste”, que sí goza del favor popular. En su más de un kilómetro de longitud juegan chicos y grandes. Se llena de globos y colorido cuando las familias van allí a celebrar los cumpleaños. El lugar es ideal para andar y correr.
Al ser esta una ciudad volcada en su Semana Santa, probablemente aquí hay más capillitas por metro cuadrado que en cualquier otro lugar del resto del mundo, incluida Sevilla, debemos destacar sus parroquias y su imaginería. La Divina Pastora, la Sagrada Familia, el Cristo, San Francisco… Entre sus cristos y vírgenes destacan el Nazareno (levanta pasiones), el Medinacelli, el Prendimiento, Tres Caídas, el Gran Poder, la Columna, la Caridad… Un rosario de pasos e imágenes a los que se encomiendan masivamente los isleños. Según algunos de mis alumnos, casi todas estas imágenes son milagrosas. Bastantes las invocan a la hora de afrontar sus exámenes. Sobre la mesa colocan frecuentemente la estampa con la imagen de su devoción. Aunque no sé cuánto de prodigio hay en sus aprobados y suspensos.
He dejado para el final aquellos edificios y lugares que están ligados con la Armada española. San Fernando ha sido tradicionalmente lugar de tropa. Aquí están el Tercio de Armada, la escuela de suboficiales, el edificio de la capitanía general y algunos otros acuartelamientos. Pero no es a estos edificios a los que quiero mencionar. Empezaré hablando del Real Observatorio de la Armada. Imponente edificio con columnas gigantes en su fachada, sobre la que sobresale una pequeña cúpula que se abre y deja asomar un telescopio para observar por la noche el cielo. Su interior alberga una variada colección de instrumentos astronómicos y una no menos interesante biblioteca. Hoy el observatorio casi está en desuso, aunque hasta no hace mucho lanzaba desde su cúpula un imponente haz de luz para poder estudiar las estrellas. Dentro de sus muros se establece la hora oficial en España.
Los siguientes monumentos se encuentran en la ciudad militar de San Carlos. Comienza esta con el Paseo del General Lobo, conocido popularmente como la Glorieta. En ella se alberga un grupo escultórico dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Impone contemplarlo, elevado sobre un alto pedestal, en el mismo se puede leer esta leyenda: “Reinaré en España”, sin duda reflejo de una época en la que el nacionalcatolicismo marcó los caminos a seguir en nuestro país. A unos metros destaca la silueta de una antigua locomotora. Es de 1913. Recuerdo del pasado industrial de nuestra ciudad.
Desde allí se ve la cúpula del Panteón de Marinos Ilustres. Otra vez el estilo neoclásico utilizado para enseñorear la ciudad. En principio iba ser la iglesia de la Purísima Concepción de la población militar de San Carlos, pero debido a lo que se dilató su terminación, se le dio la acertada utilidad de cementerio militar. El interior impone por la sucesión de tumbas en las naves laterales. Algunas, como las dedicadas a la marinería, de una gran fuerza dramática. Allí descansan o están homenajeados lo más importantes personajes de nuestra marina. Gravina, Blas de Lezo y Jorge Juan tienen aquí un lugar donde se les puede rendir homenaje. Pero casi nadie los conoce, el fascismo español diluyó en una extraña amalgama el héroe auténtico con el militar sedicioso. Así seguimos y así nos va. Fue iniciada su construcción bajo el reinado de Carlos III, y diseñada por Sabatini. Se declaró Panteón de los Héroes de la Armada en 1845, durante el reinado de Isabel II. Se terminó su construcción en 1959, ya en pleno siglo XX. Cercano al panteón está el Museo Naval de San Fernando. Tiene como objetivo difundir la historia de la Armada en la ciudad. Es periférico del Museo Naval de Madrid. A lo largo de sus salas se puede hacer un recorrido por lo que ha sido la Historia Naval de España. Destaco un gigantesco eje cronológico, las salas dedicadas al desastre de Trafalgar y los importantes restos de arqueología marina.
Desde allí se puede llegar andando (hay un buen paseo) al arsenal de la Carraca. Centro militar destinado a la construcción y reparación de buques y al almacenamiento y distribución de armamento y de munición. Fue el origen de la industria naval gaditana. Las obras de construcción se iniciaron en 1752, bajo el reinado de Fernando VI. Se llega a través de un impresionante puente de hierro (del ingeniero Eduardo Torroja Miret, un genio patrio desconocido para los españoles), que salva las aguas del caño Sancti Petri. En la entrada nos encontramos con un artístico arco de entrada, que recuerda al rey Carlos IV y al año que se construyó: 1796. Hoy apenas es una sombra de lo que fue, pero aun se mantienen en pie edificios como el Penal de las Cuatro Torres (donde estuvo preso y murió Francisco de Miranda) y la capilla de Nuestra Señora del Rosario (iglesia de la Carraca). Merece una visita. Sorprende ver en un lugar tan apartado un edificio tan estéticamente bello. La Carraca tiene hoy poca razón de ser. Como curiosidad decir que aquí se sigue reparando el buque-escuela español “Juan Sebastián Elcano”. Aquí construyó Isaac Peral su famoso submarino.
Ya comenté antes que para entrar y salir de San Fernando hay que pasar por el puente Zuazo (hoy con la construcción de uno nuevo ha quedado como una reliquia histórica). Fue durante siglos el punto de unión con la península. No hay que olvidar que San Fernando es una Isla. Su traza actual se debe al ingeniero francés Luis Gautier. Fue clave en 1596, durante el asalto inglés a Cádiz, que fue rechazado en las inmediaciones del puente. Igual sucedió en 1702.
Su inmortal fama se debe a la Guerra de la Independencia. Alrededor del puente se concentraron numerosas baterías bajo el mando del Capitán de Navío Diego de Alvear. El ojo central del puento fue volado. Todo esto impidió que las tropas francesas ocuparan el último reducto de la España libre. Actualmente está declarado Bien de Interés Cultural.
Aquí concluyo este relato sobre San Fernando. Justo por donde se entra a la ciudad, claro que también su única salida natural. Buen sitio, por tanto, para acabar. San Fernando no es una ciudad que impresione, nada hay que te deje con la boca abierta, y sin embargo tiene tantos lugares que son únicos, y una historia tan particular que hacen que te enamores del lugar. Eso me pasó a mí, por eso aquí eché raíces y me quedé a vivir en esta isla del Sur, la isla de Andalucía.
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