(Poema leído en el homenaje que la asociación de Amigos de Fernando Quiñones le rindió a la gran cantaora gaditana.)
Cuánta pena arrastra el cante,
doña Mariana Cornejo
dejó su Cádiz del alma
y se ha marchado al cielo.
El Dios que todo lo puede
quiso a su lado esta voz
mitad de libre jilguero
y mitad de ruiseñor.
Que se detenga la vida,
que Cai entera se pare,
que se ha muerto, qué dolor,
la gran señora del cante.
¿Y el duende, dónde está el duende?
aquí mismo lo convoco
para que cante a Mariana
con sus quejíos más hondos.
Era puro sentimiento,
cuánto arte por su vida
su garganta era aire fresco
cantando por alegrías.
Un cantó por soleá
se escuchó mientras moría,
después fue tango de Cádiz
y acabó por bulerías.
También fundó una familia
que sería su desvelo,
y fue paloma amorosa
la que antes fue jilguero.
Cuando nacieron los hijos
extendió sus largas alas,
hizo un nido con sus sueños
y su voz fue tibia nana.
Ella era grande, señores,
qué buena que era Mariana,
sus manos eran granero
y su casa era posada.
Que se detenga la vida,
que Cai entera se pare,
que se ha muerto, qué dolor,
la gran señora del cante.
Ramón Luque Sánchez