Ramón Luque Sánchez
Nos rebosó el amor aquella noche.
Como el agua formamos un arroyo
que diluyó los cuerpos en límpida ceguera.
Recuerdo una canción de románticas notas
que invitaba a bailar y a mirar las estrellas.
Había un bosque roto por senderos
que llevaban a un lago que arrullaba la luna.
Y tu cara, radiante, aguardaba el derroche.
Cuánto tiempo estuvimos, con las manos selladas,
adorando los sueños que se amaron dulcísimos.
Hermosa fue la entrega y armoniosa la dicha.
¡Qué indiviso el placer que corrió por las venas!
El futuro, invencible, se quedó tan desnudo
que se fue melancólico, herido de presente.
Nos miramos los ojos, pero estaban perdidos,
sumergidos, volátiles, en quimeras sin nombres.
No quedaron palabras ni tacto ni deseo,
sólo dos cuerpos laxos tiritando en el musgo.
¡Qué vértigo tan grande es caer desde el cielo!
Entonces supe, amor, que tocamos la gloria,
y yo quise morir
porque sólo una vez nos habita el milagro.
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